martes, 29 de enero de 2013

Seamos competitivos


Esta semana que acaba de terminar hemos conocido otro mazazo para la sociedad, en concreto, otro mazazo para la ciencia. El Gobierno ha reducido a 309 millones la cuantía total adjudicada a los proyectos de investigación, frente a los 384 millones que se invertían en la convocatoria anterior (es decir, un 19,5% menos de presupuesto destinado a esta partida).
La reducción de los presupuestos destinados a  la investigación y el desarrollo español es un fuerte aldabonazo contra esa meta a la que este gobierno quería llegar, conocida también como Competitividad: recordemos que Rajoy le dedico una parte de un Ministerio y todo… Pero en los últimos tiempos, y con la inclusión a nuestras vidas del neolenguaje eufemístico procendente de la casta política, se podría iniciar un muy jugoso debate acerca del significado connotativo de la palabra competitividad. ¿Qué quiso abarcar el presidente cuando apellidó a un Ministerio, de Competitividad? ¿Rajoy quería decir que el estado debería invertir más en la ciencia, por ejemplo y con todo lo que ello conlleva, para competir de esta manera con las ciencias de otros países? ¿O más bien Rajoy apostaba por un presupuesto para lo científico cada vez más mermado y que fueran los propios investigadores quienes se dieran de palos –compitieran para poder llevar hacia delante sus, seguramente, muy loables proyectos?
Lo que van a leer a continuación no es nada nuevo, pero vivimos en una época donde los “no me consta”, los “no me siento responsable”,  los “¡sí, hombre!”, los “comenzamos a ver signos de recuperación”, los “gravámenes a activos ocultos”,  los “sobres”, los Bárcenas, e incluso las Amy Martins, están truncando todos aquello que a muchas personas les costó conseguir.
Como dijo Lozano  Leyva en el artículo de opinión ¿Adios a la ciencia española? publicado hace unos días en esmateria.com: “Desmantelar el sistema científico del país es cuestión de muy pocos años y reconstruirlo exige décadas”.

lunes, 14 de enero de 2013

Al peso


Os debo confesar que esta semana no he tenido tiempo para mucho, si os soy franco.  Sin embargo cuando llegaba por la noche a la cama y antes de quedarme dormido pensaba junto a mi almohada, cómo hacen muchos millones de españoles y seguramente motivado por problemas muchos más gordos que los míos, recordemos que en diciembre ha bajado el paro pero todavía sigue habiendo mucha gente que carece de trabajo… Durante esos cinco minutos diarios que antes os comentaba, un día de la semana pasada, no recuerdo cuál la verdad, me vino a la cabeza un recuerdo de mi niñez y seguramente también de la de muchos de mi edad: esas bolsitas que vendían en quioscos, bazares, o puestecillos de feria que iban misteriosamente adornadas con un interrogante y que curiosamente valían mucho dinero para lo que después llevaban dentro.
Un día de esos de mi infancia los astros se alinearon, estaba escrito en el destino o simplemente mi padre se encontró quinientas pesetas y pude comprarme una de esas misteriosas bolsitas. Tuve que elegir, seleccionar una. Cogí del mostrador, después de mucho pensar, la que más pesaba, la que supuestamente más valía.
Esta semana hemos podido saber, y no porque lo haya dicho Fátima Báñez personalmente, que el número de Expedientes de Regulación de Empleo ascendió,  hasta octubre del año pasado, a 27.055 empresas, lo que se traduce en 374.773 personas.  Recordemos que hace ya casi un año, el febrero pasado, se firmó la vigente reforma laboral con la que se pretendía incentivar la formación de empleo...
No puedo terminar esta entrada sin comparar este hecho, el de las 374.773 personas por un ERE en su empresa guarecido por la reforma laboral, y el hecho de la bolsita enigmática que antes os comentaba. ¿Para qué sirven los interrogantes, para qué sirven las promesas, si luego no se van a cumplir? Apostar por el que más peso tiene, no siempre da buen resultado.