Esta semana que acaba de terminar hemos conocido otro mazazo para la sociedad, en concreto, otro mazazo para la ciencia. El Gobierno ha reducido a 309 millones la cuantía total adjudicada a los
proyectos de investigación, frente a los 384 millones que se invertían en la
convocatoria anterior (es decir, un 19,5% menos de presupuesto destinado a esta
partida).
La reducción de los presupuestos destinados a la investigación y el desarrollo español es
un fuerte aldabonazo contra esa meta a la que este gobierno quería llegar,
conocida también como Competitividad: recordemos que Rajoy le dedico una parte
de un Ministerio y todo… Pero en los últimos tiempos, y con la inclusión a
nuestras vidas del neolenguaje eufemístico procendente de la casta política, se
podría iniciar un muy jugoso debate acerca del significado connotativo de la
palabra competitividad. ¿Qué quiso abarcar el presidente cuando apellidó a un
Ministerio, de Competitividad? ¿Rajoy quería decir que el estado debería
invertir más en la ciencia, por ejemplo y con todo lo que ello conlleva, para
competir de esta manera con las ciencias de otros países? ¿O más bien Rajoy
apostaba por un presupuesto para lo científico cada vez más mermado y que
fueran los propios investigadores quienes se dieran de palos –compitieran– para
poder llevar hacia delante sus, seguramente, muy loables proyectos?
Lo que van a leer a continuación no es nada nuevo, pero vivimos en una
época donde los “no me consta”, los “no me siento responsable”, los “¡sí, hombre!”, los “comenzamos a ver
signos de recuperación”, los “gravámenes a activos ocultos”, los “sobres”, los Bárcenas, e incluso las Amy
Martins, están truncando todos aquello que a muchas personas les costó
conseguir.
Como dijo Lozano Leyva en el
artículo de opinión ¿Adios a la ciencia
española? publicado hace unos días en esmateria.com:
“Desmantelar el sistema científico del país es cuestión
de muy pocos años y reconstruirlo exige décadas”.
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